
Felipe Landaeta
Psicólogo Transpersonal
“Sé tu mismo”, “permítete ser auténtico”, “sé feliz”… Estas y muchas otras frases están de moda en nuestra cultura. Tienen en común la idea de que para Ser hay que esforzarse.
La sola idea de querer ser alguien puede ser una trampa para los “buscadores de si mismos”. Ernesto Spinelli, experto en fenomenología, comenta que en el esfuerzo de ser nosotros mismos, podemos estar dejando de ser quienes somos. El hecho de “hacer algo para ser” parece ser un engaño bastante común.
En mi experiencia personal y cómo psicólogo he visto que esta especie de mantra inconsciente viene desde nuestros primeros años, donde de alguna manera empezamos a creer que para ser parte de la familia y para ser queridos, teníamos que hacer alguno de alguna forma particular.
Esto puede significar que para algunos el dejar de llorar, el dejar de enojarse, el hacerse el grande, el obtener buenas notas, el guardar secretos, etc.. se transformó en la forma en que controlaban el afecto de sus padres o de las personas que los criaban. Así se sentían perteneciendo. Al lograr eso que era bien visto por sus cuidadores, empezaron a hacer aquello que les reportaba un beneficio afectivo y de atención.
De esta forma el niño o la niña empezó a modificar su natural espontaneidad hacia conductas que le reportaron seguridad afectiva y obtener lo que necesitaba. De una forma u otra, entonces este cambio del ser uno mismo, al hacer, tiene algo de manipulación: hago para obtener lo que quiero.
No es para sorprenderse entonces que pasados los años y frente a la frustración de no obtener lo que queremos de la vida, podemos apreciar reacciones desmesuradas contra los amigos, las parejas, los jefes, el equipo de trabajo, etc. “¿Si yo hago lo que se supone que hay que hacer, por qué no obtengo lo que quiero?”, y por el otro lado tenemos a una persona que se plantea lo mismo. En el fondo, el verdadero cuestionamiento es “¿por qué esta persona no hace lo que quiero que haga, si he hecho lo que se supone que debo hacer?”.
Este cuestionamiento algunas veces se extiende a Dios y la vida: “¿por qué me haces esto si yo he hecho esto otro?”, o “¿por qué a mi que soy bueno me pasa esto, y a los malos les pasan cosas buenas?”.
Más adelante los psicólogos, sociólogos y filósofos nos preguntamos por qué las relaciones se van transformando en interacciones basadas en un intercambio calculado, relaciones artificiales, hoy cada vez más mediadas por redes sociales y plataformas tecnológicas. Cada vez más se evidencia que muchas relaciones tienen un trasfondo de “estoy y hago mientras me sirva”.
La cultura del hacer, entonces, basa el intercambio entre las personas no en el amor, en el respeto o la reciprocidad, sino que en la participación en la medida en que recibo lo que quiero y de la forma que quiero.
Recuerdo una pareja que me decía algo así como: “tu me tienes que decir esto de esta manera, no de esta otra, porque así yo voy a reaccionar de esta otra manera, y así yo te voy a responder esto otro… así la relación va a funcionar”. Ella quería que yo hiciera lo que ella pensaba, en su forma, como ella quería, para tener reacciones que ella esperaba, para responderme de una manera que para ella era supuestamente cómoda. Esto para mi fue muy bello de observar, y preguntarme en qué tipo de relaciones yo quería estar, para lo cual la reciprocidad natural comenzó a ser algo fundamental.
En este contexto entonces, en una cultura del hacer y del control, el no hacer, el ser, y el dejar que la vida se manifieste son reales artes y capacidades a cultivar.
El hacer y el control como se plantea aquí están orientados a manipular el ambiente: quiero lograr esto, entonces hago esto otro. En general tienen algo de miedo en su base, pues desde el miedo a que ocurra algo malo, o a que no ocurra lo que queremos, nos preparamos, planificamos, y realizamos acciones orientadas a un objetivo. Esto está muy bueno en el ámbito del trabajo, en las cadenas de producción y sus procesos.
Cuando esta lógica se lleva a las relaciones humanas vemos esta misma forma lineal de concebir las interacciones. Yo hago Y, para generar X y obtener Z. Nada tan alejado de la realidad, aunque tristemente revelador del aislamiento, la falta de autenticidad e intimidad en la que muchas personas se encuentran hoy.
Por otro lado, el no hacer, el ser y el dejar que la vida se manifieste son maneras en que las relaciones humanas naturalmente crecen. Allí se da el espacio amoroso sin objetivo más que el estar. En el estar amoroso, en esa presencia compartida, surgen las bases de la confianza y la seguridad para ser quien uno es. Este mismo principio está presente en algunos trabajos terapéuticos, donde no se realizan juicios a las personas, no hay objetivos que lograr más que emerja lo que está naturalmente allí.
Asimismo, esta capacidad de estar, sin ningún otro objetivo, puede ser una nueva manera de relacionarse con uno mismo y con la propia experiencia. Esto está presente hoy, por ejemplo, en los trabajos de autocompasión, de amor y profunda aceptación hacia si mismo, en varias de las tradicionales prácticas de meditación, y en otros “trabajos con uno mismo”.
Desde este espacio de relación la reciprocidad, la colaboración, se dan de forma innata. Los humanos somos mamíferos, y resonamos naturalmente con nuestros pares cuando quitamos las categorías clasistas en las cuales navegamos cotidianamente, al menos en Santiago de Chile. Esta es la diferencia también que he escuchado en otros países, cuando se compara a la gente de la ciudad con la gente del campo y de pueblo. La gente de la ciudad parece funcionar desde la desconfianza y el cálculo, mientras que los demás pueden parecer “ingenuos” a los códigos de la ciudad: te invitan a pasar a sus casas, a comer, son naturalmente gentiles porque si, sin una segunda intención.
El ser, y el simple estar, revela la conexión natural entre nosotros, el estado de communitas que el antropólogo Victor Turner denomina a esa natural conexión profunda que se da en los antiguos ritos. Allí nos damos cuenta que somos más parecidos de lo que creemos. En el ser no hay categorías, somos todos humanos y estamos vivos. Compartimos el mismo estado basal que en reciprocidad podemos hacer crecer hacia una sociedad más colaborativa y con menos juicios hacia y entre nosotros.